El vagabundo
Entre sus paredes de cartón, a ras de suelo, ve la vida pasar. Si es que acaso le
importa lo que ve. Cuando me atrevo a mirarle, su mirada, que alguna vez se
cruza con la mía, me habla de tristeza y resignación. Sólo le queda
esperar. Sobrevivir a un nuevo día ya no es un reto, sino un simple trámite.
Le
veo casi todas las mañanas, camino del trabajo. Él, que posiblemente también
tuvo uno tiempo atrás. Trabajo, familia, casa y coche. Pero no reparamos en eso
y caemos en el error de pensar que siempre fue así. Que siempre vivió en la
calle; que nunca dejó de vestir esa piel de vagabundo y que su techo siempre
fueron las estrellas. Pero no. A muchos de ellos, tiempo atrás, cuando tenían
trabajo, alguien les esperaba al llegar a casa.
Ya
sólo le queda el transcurrir del tiempo, de los días. Ésos que ya olvidó contar
hace mucho, cuando entendió que su tren sólo pararía en la última estación. Olvidó
contarlos como olvidó muchas cosas más.
Ahora
su mirada sólo habla de resignación… y sólo sabe esperar.
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